Mi silencio emana de lo más profundo de mi ser. Es un encuentro con lo inhóspito que me devuelve a un estado de contemplación sin palabras ni acciones, donde solo observo mi respiración. En medio de ese vacío me atrevo a preguntar: “¿Quién soy yo?" Sin embargo, las respuestas no se hacen presentes. Exploro ese silencio, que es a la vez cálido y gélido, un antagonismo, una contradicción que parece intentar comunicarme algo , aunque no logro discernir qué es.
En medio de ese estado meditativo los minutos y las horas fluyen, como si estuviera en un estrecho rincón del tiempo y poco a poco las respuestas empiezan a caer como gotas de lluvia humedeciéndome el rostro y revelando la frescura de mi propia verdad, que en ocasiones duele.
Descubro en este silencio el sagrado latir de mi corazón y me adentro en lo desconocido, para abrazar y calmar las emociones que se aferran a mis articulaciones y espalda. A través de mis pulmones consigo expulsar los juicios con una suave exhalación. Es liberador... Parece que me vuelvo menos rígido y más flexible , emulando un junco en las marismas.
Continúo sumergiéndome en un silencio frondoso, para despertar el alma, con el anhelo de reconciliarme con lo más profundo de mi ser, atravesando las tinieblas de mi corazón. ¿Y para qué? Para dirigirme hacia la luz que me atrevo a buscar en medio de tanta oscuridad que me envuelve, exploro los misteriosos mundos internos que parecen no tener fin, como los agujeros negros .
¿Será que el silencio emprende este viaje sabiendo que nunca termina? Cuanto más repleto de vacío estoy y más vulnerable me siento, más compasión experimento hacia todo lo que me rodea y hacia mi mismo. Es en esa calma mágica me examino y es cuando vuelve a surgir la misma pregunta ¿Quién soy yo?
Modelo César alberca.
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