En ciertos momentos de la existencia, decidimos emprender el viaje de la transmutación ; un proceso doloroso, equiparable al del águila que, conscientemente, arranca sus plumas y quebranta su pico. Este simbolismo refleja la necesidad de romper con patrones establecidos , aquellas actitudes, vicios y costumbres que nos impiden el cambio, que nos atan al pasado, a la mediocridad o a la falta de ánimo para comenzar a hacerlo mejor; deshaciéndonos de aquello que nos limita y nos impide avanzar .
En este viaje, nos enfrentamos al quebranto de nuestras propias limitaciones . Significa examinarnos a nosotros mismos, dirigir la mirada hacia adentro y evaluar qué aspectos de nuestra vida, pensamientos y emociones necesitan ser disueltos. Es un acto audaz que nos insta a liberarnos de aquello que nos daña , incomoda o causa dolor.
El quebranto no es solo la fractura de lo que ya no sirve , sino también la apertura de un espacio vacío; un vacío necesario para el renacer. Al arrojarnos al abismo, nos sumergimos en la oscuridad momentánea del desconcierto y la incertidumbre, pero es en ese mismo quiebre donde encontramos la oportunidad de reconstruirnos despacio y con ese ingrediente esencial que es el Amor.
Este proceso implica cuestionar y disolver nuestras propias creencias arraigadas, desafiar los patrones de pensamiento que nos limitan y liberarnos de las emociones tóxicas que nos atan . Es un acto de despojo consciente, una experiencia de lamento interior que nos permite discernir entre lo esencial y lo superfluo .
El quebranto, entonces, se convierte en un facilitador para la renovación personal. Nos da la libertad de elegir qué queremos conservar y qué debemos dejar atrás. Al atrevernos a enfrentar el quebranto, nos convertimos en diseñadores de nuestra propia transformación, forjando una versión más fuerte, sabia y auténtica de nosotros mismos que nos abre paso a la serenidad, a esa dulce calma que tanto apreciamos. En la calma y la serenidad hallamos la fortaleza para enfrentar los desafíos de la vida.